Agustín tiene ganas de jugar. Como para cualquier otro niño, una pelota blanca es su gran pasión,
con la que trae de cabeza a sus padres. Su principal distracción es
lanzarla con fuerza a los cristales de la casa, y ya ha roto más de uno. Agustín, en cambio, se diferencia de la mayoría de niños en que no
puede hablar. Tiene 7 añitos y un derrame cerebral estando
aún en el vientre de su madre le privó de comunicarse con palabras y de
una vida normal, como la de los demás niños.
Escuchar a su hijo decir mamá y papá. Ésa es la gran ilusión de Antonia y Jesús. Para ello, han comenzado una campaña de recogida de tapones de plástico para recaudar dinero con el que sufragarle una terapia con el logopeda. "Los médicos nos dicen que Agustín tiene muchas posibilidades de hablar. Si eso no puede ser, al menos nos gustaría comunicarnos con él mediante signos, porque es mucha la impotencia que siente él y sentimos nosotros cuando no logramos saber qué es lo que pide", narra el padre del niño, desempleado desde hace dos años, con la casa y el coche embargados.
Es imposible no sentir debilidad por este luchador desde el primer instante en que se le ve. Y más, después de oír de boca de sus familiares una historia de supervivencia que comienza unos días antes del 3 de junio de 2005, fecha en la que nació.
A los seis meses de gestación, a la mamá le detectan la enfermedad de albúmina (retención de proteínas). Le produce una subida de tensión muy grande y desemboca en un derrame cerebral en el niño. A partir de ahí comienza la lucha de Agustín, y de la madre, que también tuvo en riesgo su vida. Provocan el parto y, a los cuatro días de estar en la UCI de neonatos del Hospital Virgen del Rocío, lo intervienen del derrame.
Posteriormente, de nuevo infección de estómago, quirófano y máximo riesgo. El motivo, un pedacito de plástico que le dejaron dentro y que le necrosó 35 centímetros de tripa. Pero el niño sale adelante y, tras vivir sus primeros seis meses en una incubadora, por fin puede ir a casa.
«Mi hijo es un superviviente porque ha superado 25 operaciones (todavía le aguarda alguna más). Su alegría nos da ánimos para seguir luchando», cuenta emocionada la madre. "Agustín es risueño, cariñoso, transmite una felicidad inmensa. Los neurocirujanos nos han dicho que si no llega a ser por la fuerza del niño, no hubiera salido adelante".
Si duras fueron las interminables horas de hospital, más lo fueron las realidades que los doctores les transmitieron. "Como eran tantas las complicaciones que se le presentaron, tuvieron que aplicarle técnicas nuevas. Nos contaban que algunos niños en la situación de mi hijo se quedaban en el camino y otros seguían", empieza la madre. "Nos decían también –prosigue, con la voz entrecortada, su tía Ana– que, como no probaran esas técnicas ahora, los niños del futuro con problemas similares no mejorarían su calidad de vida. Nos recalcaban que Agustín ha progresado tanto porque, antes, otros niños murieron tras pasar por experimentos médicos". Terrible.
"Yo agradezco lo que hicieron con Agustín porque, gracias a Dios, ha salido todo bien. Pero, y ¿si no hubiese sido así?", se pregunta el padre.
Pese a todo, su evolución es asombrosa. Al principio era "un vegetal". "Por eso había que actuar lo antes posible», cuenta su abuela Agustina. Desde que cumplió un año, acude a sesiones de fisioterapia en Mairena pagadas por la familia con gran esfuerzo. «No le damos más porque no llegamos". El Ayuntamiento pileño le costea la rehabilitación en la piscina, "donde verdaderamente está aprendiendo a andar". Agustín ya se pone de pie y marcha poco a poco con la ayuda de un andador. Pero, recalcan, "es que antes era un vegetal...".
Jesús, el pequeño de la casa, captó pronto el trato especial que requería Agustín. "Desde que nació, sabía que el hermano era distinto. Jamás le pegó ni le dio una voz", relata el padre. «Cuando entramos en casa, el primer beso es para Jesús, así evitamos que se le generen celos».
Es decir, los ingresos de la casa se reducen a 440 euros (antes de los rectores eran 520) provenientes de la Ley de Dependencia. Poca cosa teniendo en cuenta que sólo la leche especial que toma Agustín les sale por 600 euros al mes. "Preferimos no saber cuánto dinero gastamos en las necesidades del niño. O si no, nos amargamos". "Salir a la luz pública era nuestro último recurso», cuenta, entre la angustia y la esperanza, Jesús. Lo hacen por Agustín, porque quiere ser como los demás niños.
Escuchar a su hijo decir mamá y papá. Ésa es la gran ilusión de Antonia y Jesús. Para ello, han comenzado una campaña de recogida de tapones de plástico para recaudar dinero con el que sufragarle una terapia con el logopeda. "Los médicos nos dicen que Agustín tiene muchas posibilidades de hablar. Si eso no puede ser, al menos nos gustaría comunicarnos con él mediante signos, porque es mucha la impotencia que siente él y sentimos nosotros cuando no logramos saber qué es lo que pide", narra el padre del niño, desempleado desde hace dos años, con la casa y el coche embargados.
Es imposible no sentir debilidad por este luchador desde el primer instante en que se le ve. Y más, después de oír de boca de sus familiares una historia de supervivencia que comienza unos días antes del 3 de junio de 2005, fecha en la que nació.
A los seis meses de gestación, a la mamá le detectan la enfermedad de albúmina (retención de proteínas). Le produce una subida de tensión muy grande y desemboca en un derrame cerebral en el niño. A partir de ahí comienza la lucha de Agustín, y de la madre, que también tuvo en riesgo su vida. Provocan el parto y, a los cuatro días de estar en la UCI de neonatos del Hospital Virgen del Rocío, lo intervienen del derrame.
Seis meses en una incubadora
Con tan pocas horas de existencia, ya ha superado por primera vez una situación límite, que se vuelve a repetir al poco tiempo. Como consecuencia de la intervención antes narrada, a Agustín le entra una infección con ataques epilépticos incluidos que casi acaban con su vida.Posteriormente, de nuevo infección de estómago, quirófano y máximo riesgo. El motivo, un pedacito de plástico que le dejaron dentro y que le necrosó 35 centímetros de tripa. Pero el niño sale adelante y, tras vivir sus primeros seis meses en una incubadora, por fin puede ir a casa.
«Mi hijo es un superviviente porque ha superado 25 operaciones (todavía le aguarda alguna más). Su alegría nos da ánimos para seguir luchando», cuenta emocionada la madre. "Agustín es risueño, cariñoso, transmite una felicidad inmensa. Los neurocirujanos nos han dicho que si no llega a ser por la fuerza del niño, no hubiera salido adelante".
Si duras fueron las interminables horas de hospital, más lo fueron las realidades que los doctores les transmitieron. "Como eran tantas las complicaciones que se le presentaron, tuvieron que aplicarle técnicas nuevas. Nos contaban que algunos niños en la situación de mi hijo se quedaban en el camino y otros seguían", empieza la madre. "Nos decían también –prosigue, con la voz entrecortada, su tía Ana– que, como no probaran esas técnicas ahora, los niños del futuro con problemas similares no mejorarían su calidad de vida. Nos recalcaban que Agustín ha progresado tanto porque, antes, otros niños murieron tras pasar por experimentos médicos". Terrible.
"Yo agradezco lo que hicieron con Agustín porque, gracias a Dios, ha salido todo bien. Pero, y ¿si no hubiese sido así?", se pregunta el padre.
Sesiones de fisioterapia y de piscina
Más allá del habla, la última preocupación es la malnutrición severa del pequeño. Agustín, a sus 7 años, pesa 11 kilos y sólo se alimenta de leche, yogures y un poco de pan con mantequilla. Y a pequeñas dosis, porque los 35 centímetros de tripas que le faltan le impiden comer más.Pese a todo, su evolución es asombrosa. Al principio era "un vegetal". "Por eso había que actuar lo antes posible», cuenta su abuela Agustina. Desde que cumplió un año, acude a sesiones de fisioterapia en Mairena pagadas por la familia con gran esfuerzo. «No le damos más porque no llegamos". El Ayuntamiento pileño le costea la rehabilitación en la piscina, "donde verdaderamente está aprendiendo a andar". Agustín ya se pone de pie y marcha poco a poco con la ayuda de un andador. Pero, recalcan, "es que antes era un vegetal...".
Jesús, el pequeño de la casa, captó pronto el trato especial que requería Agustín. "Desde que nació, sabía que el hermano era distinto. Jamás le pegó ni le dio una voz", relata el padre. «Cuando entramos en casa, el primer beso es para Jesús, así evitamos que se le generen celos».
La madre, despedida de su trabajo tras el parto
La necesidad económica les ha llevado a promover una campaña de recogida de tapones. El jefe de familia, herrero de profesión, cerró su negocio cuando ocurrió lo del pequeño. Desde entonces, trabajó para el Ayuntamiento y ahora acumula casi dos años parado. Antonia (a la que despidieron de su empresa a raíz de los muchos meses que vivió en el hospital recién nacido su niño) está echando la campaña de Navidad de Inés Rosales, pero a finales de noviembre se le acaba el contrato. Antes, estaba también en el paro.Es decir, los ingresos de la casa se reducen a 440 euros (antes de los rectores eran 520) provenientes de la Ley de Dependencia. Poca cosa teniendo en cuenta que sólo la leche especial que toma Agustín les sale por 600 euros al mes. "Preferimos no saber cuánto dinero gastamos en las necesidades del niño. O si no, nos amargamos". "Salir a la luz pública era nuestro último recurso», cuenta, entre la angustia y la esperanza, Jesús. Lo hacen por Agustín, porque quiere ser como los demás niños.
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